Cuentos de Hadas

La reina de las nieves (5ta parte)

Durante el capítulo anterior de nuestro cuento, Gerda había llegado hasta el palacio de una princesa en busca de Kai. Un pajarito le había confiado que su amigo se había casado con esa encantadora muchacha, olvidándola por completo. Y Gerda, al verlo durmiendo plácidamente junto a ella, no pudo hacer otra cosa que echarse a llorar despertándolos a ambos.

—¡Pobre criatura! —dijo la princesa— ¿Qué haces aquí en medio de la noche? Me has dado un buen susto.

Cuando Gerda levantó la mirada, se dio cuenta de que ambos príncipes la miraban preocupados y también de que aquel chico, no era realmente Kai. Se parecía mucho a él y por eso lo había confundido. Pero no, no se trataba del niño.

Desconsolada, Gerda les contó a los dos todas las cosas que le habían sucedido en su viaje, al ir en busca de Kai. Y los príncipes se conmovieron tanto, que le ofrecieron quedarse a vivir con ellos en el castillo, donde procurarían darle todo lo que anhelara para ser feliz. Más ella solamente deseaba volver a ver a su amigo. De modo que cuando el sol salió, fue vestida con un hermoso vestido de seda y terciopelo, más un manguito y zapatos de plata.

También le brindaron una magnífica carroza hecha de oro puro, llevada por un cochero con librea y dos guardias de uniforme, y preciosos y robustos caballos.

—Buen viaje, querida —le deseó la princesa a Gerda— y que encuentres con bien a tu amigo.

Gerda se despidió cariñosamente de los príncipes y se puso en marcha para continuar con su búsqueda, confortablemente acomodada dentro del carruaje. Así fue hasta que llegaron a un claro muy peligroso del bosque, en donde el resplandor del vehículo atrajo la atención de unos bandidos que acampaban cerca.

—¡Una carroza de oro! —exclamaron— ¡Si la vendemos seremos ricos!

Y despiadadamente, pararon al cochero, matándolo junto con los guardias que le acompañaban. Se apoderaron de los caballos y sacaron a la pequeña Gerda del interior, para decidir que hacer con ella.

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—¡Qué hermosa y bien alimentada está! —dijo la mujer del jefe de los bandidos— Estará deliciosa si la hago en estofado, ya verán que buen banquete —añadió, sacando un cuchillo de entre sus ropas y acercándose a ella.

A punto estaba de degollarla cuando su hija, una niña salvaje que cargaba en sus espaldas, le mordió con fuerza una oreja, haciéndola gritar.

—¡No le hagan nada! —gritó la chiquilla— ¡Quiero a esta niña para que juegue a mi lado! ¡Me voy a quedar con su manguito y su vestido, y dormiremos juntas!

Y como la hija del bandido era la niña más consentida y necia del mundo, tuvieron que aceptar que se quedara con Gerda, quien volvió a subir a la carroza acompañada de ella.

—Nadie te matará mientras seamos amigas —le dijo la niña—, ¿de dónde vienes? ¿Eres una princesa?

—No —respondió Gerda.

Y entonces hubo de contarle toda su historia y como había ido a parar al bosque…

CONTINUARÁ…

La reina de las nieves (5ta parte) 1

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