Cuentos de Aventura para Niños

Simbad y la isla viviente

Durante nuestra última historia sobre Simbad, nos enteramos de como aquel rico comerciante adquirió grandes riquezas y como, con gran humildad, invitó a comer a un humilde carguero que se llamaba igual que él, para contarle sus grandes aventuras.

—Es cierto que provengo de una familia con gran fortuna —le dijo él mientras comían de los manjares de su banquete—, aunque ni de lejos era tan grande como la que posea hoy. El día que mi padre murió me legó todos sus bienes, entre ellos un hermoso barco. Vendí todo lo que tenía y me hice a la mar para buscar aventuras.

Durante mi primer viaje me encontré con una hermosa isla en medio del océano, que no aparecía en ningún mapa. Fue allí donde decidí bajar con mis hombres para explorar. Pero estábamos a punto de llevarnos una sorpresa. Reunimos madera de los árboles e hicimos una fogata para pasar la noche, cuando el islote entero comenzó a sacudirse.

La delta no era tal, sino una enorme ballena que se había quedado dormida por tanto tiempo, que la naturaleza había echado raíces sobre su lomo.

Al sentir el contacto abrasador del fuego, el animal se despertó violentamente y comenzó a sacudirse, adentrándose en el agua. Así fue como perdí a toda mi tripulación, mi barco y mis bienes, naufragando a punto de perder la vida. Por suerte, quiso el destino que encontrara un barril flotante y dentro de él me metí. Un día después llegué en su interior a un puerto donde los hombres me ayudaron.

Resultó que el rey de esa ciudad era un viejo amigo de mi padre y me recibió en su palacio con todos los honores. Mandó a que me lavaran con las más exquisitas flores y a que me vistieran con ropajes de seda y oro. Parecía yo todo un príncipe. Luego, cené con el rey y me alimenté como si no hubiera comido en años y al terminar, él me devolvió todo lo que había perdido con el naufragio: tenía yo un barco nuevo, lujosas posesiones y una tripulación compuesta por los mejores marineros de Su Majestad.

Mostrándole mi más profundo agradecimiento, partí de su nación y regresé de nuevo a Bagdad, donde decidí permanecer unos meses lejos del océano y dedicarme a comerciar como hacía mi padre. Pero quienes llevamos el espíritu de la aventura por dentro, nunca podemos permanecer demasiados días lejos del mar.

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Era cuestión de tiempo antes de que partiera a buscar mi segunda aventura.

Con estas palabras, Simbad concluyó su relato y luego buscó en los bolsillos de su túnica, de donde sacó cien centenares que le dio al carguero. Este recibió el dinero con los ojos muy abiertos de la impresión, ¡jamás había sostenido tantas monedas juntas en su vida!

—Vuelve mañana para comer conmigo —le dijo Simbad— y te contaré lo que pasó cuando me embarqué por segunda vez. Has hecho un buen trabajo el día de hoy.

—¡El cielo lo bendiga, señor! —exclamó el otro hombre.

CONTINUARÁ…

Simbad y la isla viviente 1

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