Fábulas de Esopo

Los delfines, la ballena y la caballa

Hace mucho tiempo en medio del océano, se desató una gran batalla entre los delfines y una enorme ballena. Estos animales, como bien sabrás, suelen ser tranquilos y llevarse bien entre sí. Pero por alguna razón en ese entonces, todos se llevaban muy mal y solo pensaban en la manera más efectiva de hacerle daño al enemigo.

Los delfines por su parte, estaban hartos de que la ballena nadara en sus territorios. Su cuerpo era tan grande, que les hacía sombra cuando intentaban calentarse con los rayos de sol que atravesaban la superficie. Y como era también muy glotona, comía gran parte de los peces que aparecían por ahí y ellos pensaban que se iban a morir de hambre. Por si eso fuera poco, la ballena también ahuyentaba a los botes de pescadores que pasaban cerca.

A los delfines les agradaba jugar con los humanos de vez en cuando, pero ahora no podían hacerlo gracias a la ballena.

—Ese animal tan grande y tan gordo ahuyenta a nuestros amigos y nos está haciendo la vida imposible —decían los delfines—, ¡hay que acabar con él!

La ballena por otro lado, no entendía a que se debía tanto escándalo. El océano era muy grande como para que los delfines se fueran a nadar a otra parte, encontrando más pescado para comer. Además, no entendía porque les agradaban tanto los humanos, que a ella mucho la molestaban. Como era el animal más grande y majestuoso que existía en el mar, merecía estar en donde le diera la gana y sin que ninguna otra criatura la molestara.

—Intenten hacer algo en mi contra, ¡y me los voy a devorar a todos! —amenazó a los delfines.

De esta manera quedó declarada la guerra entre la una y los otros. Los delfines comenzaron a amotinarse alrededor del cetáceo, para ver si podían herirlo en la barriga, las aletas o la cabeza. Todo el día se encontraban mordiéndola y azotándola con sus propios cuerpos.

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La ballena no se quedaba atrás al revolverse y mandarlos volando con su poderosa cola, mientras rugía en medio del mar y echaba enormes chorros de agua de su lomo.

Y así pasaron los días, hasta que cansada de esa guerra tan absurda, una diminuta caballa se interpuso entre los delfines y la ballena. Haciendo gala de una diplomacia envidiable, les hizo ver que era absurdo que siguieran odiándose, pues así no ganarían nada.

Pero ellos eran demasiado orgullosos como para admitirlos.

—Es menos humillante seguir combatiendo entre nosotros, que tener de mediador a una criatura tan insignificante como tú.

Y la guerra continuó, hasta que la ballena, herida, tuvo que marcharse a otra parte y los delfines, también heridos, no volvieron a disfrutar del sol y de los humanos de la misma manera.

Moraleja: Todas las guerras y las peleas son inútiles, pues nadie gana cuando se trata de herir al otro. A menudo, los grandes y poderosos se creen los más inteligentes haciendo la guerra, pero son las criaturas humildes y pacíficas las más sabias entre ellos.

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