Mis abuelos eran amigos de unos vecinos que renegaban de todo. Siempre estaban enojados y nadie sabía el motivo, pero un día se celebraba una gran fiesta pues era el cumpleaños de uno de los vecinos y estábamos invitados.

Todos los vecinos se alistaban para ir a festejar, menos Juan y José, dos hermanos que eran mayores y de la edad de mi abuelo nunca salían, se la pasaban leyendo o durmiendo. La única persona que puede convencerlos será tu abuelo decía mi padre, tenemos que hacerlos reír y que se diviertan pensé yo. Aunque era todavía pequeño se me ocurrió ir a  visitarlos con mis amigos y llevarles unos dulces a ver si así se alegraban un poco.

Me acordé que cuando estoy triste o molesto, si me abrazan o me dan dulces se me olvida todo. Así que pensé que lo mismo sucedería con mis vecinos. Cuando llegamos a la casa, pensé por un segundo que tal vez nos gritarían o nos harían algo, pero toqué la puerta y de repente estábamos dentro de la casa, los saludamos como lo hago con mis abuelos, con un fuerte y cariñoso abrazo arrancándoles una gran sonrisa, cuando les dimos los dulces parecían unos niños.

Mi abuelo y yo llevamos a nuestros amigos ahora, a la fiesta y desde entonces son ellos los que invitan a sus vecinos a tomar el té o a escuchar algo de música, y a comer muchos dulces y a veces salen a vernos jugar en la calle y otras veces nos permiten jugar en su jardín.

Compartir aquella tarde nos hizo tan felices, dar una sonrisa y un abrazo a quienes lo necesitan no cuesta nada y nos beneficia a todos, pensé.

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La magia del amor 1

Nadie se resiste a la magia del amor.

 

 

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