Cuentos de Hadas

La Bella y la Bestia (4ta parte)

En nuestro capítulo anterior, Bella regresó a casa para visitar a su padre, pues la Bestia era buena en el fondo y no le gustaba verla sufrir. Cuando el mercader la vio llegar en un carruaje tan lujoso, llena de obsequios para dejar en casa y vestida como una princesa, se sintió muy feliz por ella y la recibió con los brazos abiertos. ¡La había echado tanto de menos!

Quienes no estaban contentas de verla eran sus hermanas, quienes inmediatamente sintieron envidia por todas las cosas tan bonitas que ahora tenía. No tardaron en reclamar los mejores vestidos y joyas que llevaba consigo en su equipaje, pero como Bella era generosa, se las dejó de buena gana.

Durante los siguientes días se dedicaron a divertirse en familia. Bella contó a su padre que la Bestia no era tan desalmada como todos pensaban, pues había sido muy bueno con ella y la había colmado de lujos en el palacio. Al escuchar esto, las envidiosas hermosas sintieron que sus celos aumentaban y se resolvieron a no dejarla volver a su nuevo hogar.

Fue por eso que al cabo de una semana, cuando Bella se estaba preparando para regresar, ellas fingieron tristeza.

—¡No sabes cuanto te hemos echado de menos! ¡Y ahora quieres dejarnos otra vez! —le recriminaron, con gran falsedad.

Y Bella, que nunca había sido apreciada por sus hermanas, se sintió profundamente conmovida y aceptó quedarse unos días más, pensando que ellas la querían sinceramente.

Mientras tanto, en su castillo la Bestia se moría de pena: ya había pasado más tiempo del que Bella le había prometido que estaría lejos, y no había noticias de su regreso aún. Pensó angustiado, que sin duda había decidido abandonarlo por su fealdad. Y tras perder las esperanzas resolvió dejarse morir de hambre y soledad.

Una de aquellas noches, Bella tuvo una visión en sueños, en la que veía a su amigo inmóvil en el suelo.

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—¡Debo regresar con la Bestia! —le dijo a su padre— ¡Rompí mi promesa y ahora puedo perderlo a él también!

En medio de la oscuridad montó un caballo y se dirigió a toda prisa hasta el palacio. Cuando entró y vio a la Bestia a punto de dar su último suspiro, se echó a llorar y se arrodilló a su lado.

—¡No te mueras, querida Bestia! ¡Por favor! —le suplicó, llena de pesar— ¡Seré tu esposa, pero no me abandones nunca!

En ese momento, al hacer el juramento, una luz brillante envolvió el cuerpo de la criatura, transformándolo en un apuesto príncipe.

—Había estado condenado por un hada a vivir bajo la forma de un ser terrible, a causa de mi egoísmo y arrogancia, hasta que una mujer buena me amara de verdad —le reveló él, lleno de felicidad—. Pero hoy Bella, tú has roto el hechizo. ¡Eres la primera persona que me ama tal cual soy!

Bella y el príncipe vivieron felices por largo tiempo, y nunca hubo nada ni nadie que terminara con el gran amor que sentían el uno hacia el otro.

FIN

La Bella y la Bestia (4ta parte) 1

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