Cuentos Clásicos para Niños

El ratoncillo blanco

Un día, el rey de un próspero reino salió de caza él solo y mientras andaba por el bosque, se perdió. Estaba intentando encontrar el camino de nuevo cuando de pronto, escuchó la conversación de dos personas en las cercanías. Se trataba de un campesino y su esposa, quienes vestidos con ropas muy humildes, cortaban leña y se quejaban por tener que trabajar tanto.

—¡A veces pienso que Eva, nuestra señora madre, fue demasiado glotona! —exclamó la mujer— Si no fuera porque se comió el dichoso fruto prohibido, nosotros nos estaríamos aquí, trabajando como mulas de sol a sol y en estas condiciones tan miserables.

—Tienes razón —le dijo su esposo—, pero no hay que olvidarnos de que su esposo Adán, también fue todo un majadero al hacer caso de sus habladurías. Puedes estar seguro de que yo en su lugar, no me habría dejado convencer tan fácil. ¡Es más, si un día me salieras tú con algo así, yo soy el primero en detenerte!

Se les acercó el rey gentilmente.

—¿Qué tal, amigos? Veo que están trabajando muy arduamente.

—Así es, señor —contestaron ambos, sin saber que estaban frente al rey—, aquí estamos estropéandonos la espalda todo el santo día. Gracias a Dios, apenas podemos salir adelante.

—Pues vengan —los invitó el rey—, de ahora en adelante no tendrán que trabajar para vivir.

Los campesinos fueron llevados a palacio, donde los bañaron y los vistieron con las más finas ropas. Fueron alojados en las mejores habitaciones de su majestad y todos los días, les servían platos suculentos para desayunar, comer y cenar.

Estaban realmente muy contentos.

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Pero un día, el rey colocó una bandeja cubierta en la mesa y le prohibió a sus invitados que la destaparan. Al principio la ignoraron, sin embargo, con el paso del tiempo, la campesina empezó a sentir mucha curiosidad por ver que había debajo.

A tanto llegó su obsesión, que se le fueron las ganas de comer y cuando su esposo le preguntó que le ocurría, ella le confesó que necesitaba ver lo que había en aquella bandeja.

—¡Pero el rey nos ha prohibido que toquemos ese plato! —le dijo él.

—¡No es justo! Si no quiere que lo toquemos, ¿entonces por qué tiene que sacarlo y traerlo aquí todos los días? ¡Te juro que si no veo lo que hay allí, soy capaz de tirarme de cabeza por un pozo! —lloró ella y su angustia fue tal, que el marido accedió a hacer todo lo que quisiera con tal de que se animara.

La mujer entonces levantó la tapa de la bandeja y cual fue su sorpresa, al ver como un pequeño ratón blanco salía disparado de ahí.

Cuando el rey se dio cuenta de esto, se dirigió a sus invitados severamente.

—¿No decías que si tú hubieras estado en el lugar de Adán, habrías detenido a tu mujer? —le dijo al marido— Y tú, metiche —le dijo a la esposa—, ¿qué falta te hacía tocar ese plato con lo bien que estabas aquí? ¡Fuera de aquí los dos!

FIN

El ratoncillo blanco 1

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