Fábulas de Esopo

El perro en el pajar

En una granja habitaba un perro muy fiero y que siempre estaba de mal humor. Como lo habían educado desde cachorro para cazar y ahora ya no podía salir tras los patos, debido a su pata que cojeaba, se desquitaba con los otros animales que vivían en la finca.

A las gallinas las aterrorizaba metiéndose en su gallinero para ladrar sin control, a los caballos les mordía la cola, a los puerquitos les gruñía y les robaba la comida, y al pobre gato lo perseguía cada vez que se cruzaba en su camino. Pero los que más sufrían eran los bueyes, que ya no podían entrar en sus establos para comer la paja que sus dueños les llenaban.

El perro había decidido que ese sitio le gustaba más que su perrera y se ocultaba entre la paja para amenazar a los pobres. Cada vez que intentaban acercarse para comer, el can amenazaba con saltarles encima.

—Que perro tan egoísta —se decían entre sí con tristeza—, ni siquiera necesita esa paja como nosotros. ¡Qué hambre! Ojalá pudiéramos comer.

Pero mientras el malvado can continuara allí, no podrían probar bocado.

Cansados de sus abusos, los animales de la granja se reunieron para decidir que hacer con él. Nadie se atrevía a enfrentarlo, pues todos le tenían mucho miedo. Pero al gato, que era muy astuto, se le ocurrió un plan.

—Si el amo lo encadena, nunca más tendremos que soportar sus malos tratos.

—¿Pero cómo vamos a lograr que haga eso? Él quiere mucho al perro, piensa que es su mejor amigo.

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—Eso déjenmelo a mí —dijo el gato.

Entró en la cocina y robó un trozo de carne, la cual colocó en el pajar, dejando rastros en el camino como si se la hubiese llevado el perro. Cuando el amo se dio cuenta de esto, se enfadó mucho con él y decidió encadenarlo, cosa que nunca antes había hecho.

—Yo creía que eras el mejor de mis animales, ¡pero ya no más! —sentenció— Tan bien que te alimento y es así como me pagas. Pues desde hoy, olvídate de andar por ahí a tus anchas.

Ahora que el perro estaba contenido, los animales de la granja pudieron vivir tranquilos y los bueyes lograron alimentarse de nuevo en sus establos. Sin embargo algunos, en su afán de vengarse, se aprovecharon de que el can ya no les podía hacer nada para humillarlo como él solía hacer antes.

Un día, cansado de tantas burlas, les suplicó a los bueyes que le ayudaran a liberarse de sus cadenas. Sin embargo, estos lo miraron con desdén.

—¿Por qué habríamos de preocuparnos por ti, cuando a ti no te importaba dejarnos sin comer? —le preguntaron— Todo lo que ahora estás sufriendo es culpa de tus malas acciones. Así pues, no esperes que seamos amables contigo.

Moraleja: Si quieres que respeten tus derechos, debes respetar los de los demás. No esperes que nadie te ayude si en su momento, fuiste cruel y malo con quienes no lo merecían.

El perro en el pajar 1

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