Fábulas Infantiles

El león envejecido

Desde joven, el león siempre había sido el más importante de los animales. A menudo solía aprovecharse de su gran tamaño, de sus afiladas garras y dientes, y de su poderoso rugido para lograr que los demás hicieran todo lo que él quisiera. No importaba que fueran grandes o chiquitos, de todos abusaba y cuando alguien se atrevía a quejarse, se reía de él y si estaba de malas, amenazaba con comérselo.

Así, los animales se resignaron a sufrir sus órdenes sin sentido durante muchos, muchos años. Sin embargo el león se hacía cada vez más viejo y con cada día que pasaba parecía perder su fuerza y su valentía.

Llegó el momento en el que al mirarse en un estanque de aguas cristalinas, se descubrió viejo y agotado. Había pasado toda su vida intimidando a otros y sacando provecho de su aterrador aspecto, por lo cual no tenía ningún amigo.

Cansado, se retiró a su cueva para pensar sin sospechar que los otros animales le estaban preparando una sorpresa.

Todos ellos habían decidido vengarse por los desplantes recibidos de su parte, y habían acordado que, de uno en uno, entrarían a la cueva para devolverle cada uno de ellos.

—Te burlabas de mí por ser tan flaco —le dijo el caballo—, ¡pues toma tu merecido! —y acto seguido le dio una coz tan fuerte, que lo hizo chillar de dolor.

—De mí te burlabas por ser menos feroz que tú —le dijo el lobo—, ¡pues aquí tienes por insoportable! —y enseguida le clavó los colmillos, provocando que el león se retorciera de pena.

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—De mí te burlaste por tener estos cuernos —le dijo el buey—, ¡pues mira lo que puedo hacer con ellos! —y entonces le asestó una cornada tan fuerte, que el pobre león se quedó sin respiración y con todos los huesos rotos.

Al final, cuando ya todos los animales se habían retirado y pensaba que no había nada más que pudiera soportar, escuchó como una última criatura entraba en la caverna con pasos orgullosos. Era el asno, uno de los seres a los que más había molestado por ser tan ignorante y lento. Nada más de verlo acercarse el león se echó a temblar, no de miedo, sino de pura humillación.

—¡Esto es demasiado para mí, es demasiado! —exclamó con tristeza— ¡Acepto morirme, pero tener que soportar tus insultos es como morir dos veces!

Muy tarde el león había aprendido una valiosa lección, no estaba bien menospreciar ni aprovecharse de otros, porque cuando menos uno lo esperaba el tiempo podía ponerlo en su lugar, y esas personas a quienes tanto daño se había hecho, no iban a dudar en regresarle el favor.

Moraleja: Recibir una lección por parte de personas preparadas es soportable, pero hacerlo por parte de quienes son más ignorantes solo nos demuestra cuanto nos hemos equivocado. Por eso, trata de ser justo con todo el mundo y acepta tus errores a tiempo, pues no hay nada más triste que ser humillado por necedad.

El león envejecido 1

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