Fábulas de Esopo

El hombre y el sátiro

En un bosque había un hombre que habitaba solo y estaba acostumbrado a proveerse de la naturaleza. De ella recolectaba frutos, miel y animales para subsistir. Un día mientras estaba cazando, se encontró con una extraña criatura. De la cintura para arriba se veía igual a él, un muchacho con cabeza, torso y brazos humanos, a excepción de los cuernos que sobresalían de su cabeza. Pero hacia abajo, sus piernas eran de cabra.

Era un sátiro.

El hombre le ofreció un poco de la miel que llevaba consigo y como este la aceptó, pronto se hicieron amigos. A menudo se encontraban en el bosque y charlaban, o iban a la casa del otro.

Cuando el invierno llegó, el sátiro vio que el hombre juntaba las manos y se las llevaba a la boca para soplar encima de ellas.

—¿Por qué haces eso? —le preguntó, lleno de curiosidad.

—Lo hago para calentarme las manos —le respondió el hombre—. El frío es muy intenso y hace que mi piel se estremezca.

Satisfecho con la respuesta, el sátiro lo invitó a pasar a su casa y se sentaron frente al fuego. Estuvieron hablando por horas y luego el hombre se marchó. La estación fue muy cruda en el bosque y no podía salir a cazar con la misma frecuencia que antes.

Cuando llegó la primavera, los árboles reverdecieron y las flores comenzaron a brotar de nuevo. Todas las criaturas salieron de sus madrigueras incluido el sátiro, quien de nuevo quiso invitar a su amigo a comer a las afueras.

Lo preparó todo para que pudieran darse un buen banquete. Una trucha se asaba en una fogata cercana y el vino estaba listo en dos vasijas. Cuando el hombre llegó se sentaron los dos a la mesa y tomaron la comida a trocitos.

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El sátiro vio que él soplaba sobre su pescado igual que lo había hecho con sus manos cuando tenía frío.

—¿Por qué estás soplando sobre tu comida? Está caliente.

—Lo sé, es por eso que soplo —dijo el hombre—. La quiero enfriar porque está demasiado caliente.

Esto fue algo que el sátiro no pudo entender y como los de su raza acostumbran a ser muy simples y sinceros, decidió terminar con aquella amistad.

—Mira, no puedo ser ya tu amigo, pues lo mismo soplas con tu boca lo que está caliente que lo que está frío. Y yo no confío en alguien cuya naturaleza es tan contradictoria. Nosotros los sátiros no somos así.

A pesar de que su compañero intentó explicarle porque hacía aquello, el sátiro nunca lo comprendió. Ambos eran de mundos distintos y a veces, las diferencias irreconciliables provocan que la convivencia entre dos partes sea imposible. Así pues, tuvo el hombre que volver a su casa y nunca más volvió a encontrar al sátiro en el bosque.

Moraleja: No hay que fiarnos de las personas cuyas acciones tienen dobles intenciones, o dudan de sus acciones. Aprende a ser amigo de aquellos que sean claros en lo que hacen.

El hombre y el sátiro 1

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