Hubo una vez, un león de la selva que vivía en su manada de una manera diferente. Este león era muy querido por todas las especies de animales que vivían alrededor pues era delicado, muy considerado y amable en su trato con todos, siempre dispuesto a servir. No era violento como los demás de su especie ni cazador. Aprendió a ser manso y humilde, por eso fue elegido por todos como un gran rey.
Como rey que era, pensó que sería esa la oportunidad para que todos se reúnan y que puedan pedirse perdón por todo lo que se hayan hecho en algún momento, con ofensas o agresiones de algún tipo.
Llegado el día del evento llegaron animales de todas partes de la selva, con sus crías y demás parientes. La cebra se acerco a la pantera y se disculpo por haberse burlado de ella, la pantera pidió perdón por haberla perseguido siempre y haber matado a sus padres y luego habérselos comido. El lobo se acerco a la oveja y pidió disculpas por ser siempre su alimento favorito, prometió no comer más ovejas.
Y así, por varias hubo una interminable fila de animales disculpándose y perdonándose mutuamente, generando un ambiente de bienestar y calma mientras el rey observaba muy complacido desde su trono. A punto de terminar el gran acontecimiento, se acercó tímidamente una liebre, algo desconfiada, quien presurosa se acercó al micrófono del estrado y dijo en voz alta para que todos la escuchen:
Mi rey, amigos todos. No tienen idea de como espere este momento, ya era hora de que los más pequeños dejemos de vivir perseguidos por los más grandes, aterrorizados y sin consideración. Espero que de verdad esto continúe así. Al rato, la liebre soltó el micrófono y por si caso emprendió su partida con tremenda carrera.
Si en un estado las leyes son justas respetando a los débiles y más humildes. Todos ellos vivirán tranquilos y sin tener que verse sometidos.
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